Episodio 15
de grande mis canciones se multiplicaban en las voces de los incontables fans del rok testimonial que me seguían y me sostenían
había conquistado la cumbre de todos los recitales rokeros y el rok me adoptaba como hijo, y el origen de todo eso, lo reconozco recién ahora se llama elenita, efectivamente el amor de elenita que era música en su andar había doblegado "la forza del destino".
inventando el rok, justo ahí comenzaba mi propio yo a funcionar,
si había podido soportar las canciones de leon gieco en la rosada o en los jardines de la ex aduana teylor, entonces qué cosa yo no sería capaz de aceptar o lograr, qué otra cosa habría en este mundillo repetitivo, cíclico y absurdo que yo no pudiera doblegar, todo era cuestión de tiempo, contaba con el tiempo a favor, se borraban los años de dolor como siluetas en la ruta y el origen generador se llama también elenita.
"volver a empezar" a cada instante, sin un antes ni un despues, era la clave para sobrevivir en Odessa, solo faltaba incorporar en mi registro el último movimiento del concierto numero 2 para piano de Shostakovich, qué sentido tendría dejar en todo esto a Stalin de lado? No era una ofrenda ni mucho menos
no es que quisiera dejar de lado, abandonar el rescate definitivo de la dolorosa carlo marilyn tan voluptuosamente vapuleada, ni abandonar en sus caprichos ignorantes y burgueses a la ella la bella que es como la otra cara de mi propio ser.
pero era necesario volver a empezar. en ese sentido elenita y solo elenita era el principio de amor necesario para eso
una preciosura de niña, sería hoy un tierno minón que miraba al mundo como a acuarela de motivo bucólico, por encima de la solapa de un libro, pero de eso mejor no hablar, aún.
Elenita fue mi compañera de primer grado y era como digo una preciosura de hermosa y de simpática, además de ser la niña mimada por la maestra y la mejor de toda la escuela con su delantal ultra blanco siempre almidonado como propaganda de almidón, día por día con sus largos bucles biondos.
elenita , mi dulce elenita de la sonrisa perenne, la del super moño almidonado atrás a la cintura, la de bucles que caían como suave cascada rubia apenas sujeta por una delicada hebilla forrada en tela blanca, como todo lo otro blanco. Así de inmaculada lucía mi Elenita cuyo segundo nombre que nadie usaba era, Lucía. Lucía siempre con ese suave olor a lavanda tan dispuesto a hacerse sentir, perfume de agua de colonia.
No obstante Elenita, la búsqueda prevaleció sobre todas las otras cosas de mi quehacer, y lo cierto es que su búsqueda fue algo increíble de lindo. una verdadera búsqueda con todo el peso de una verdadera necesidad existencial de fiesta nocturna, fueron aquellas como las “noches en los jardines de España”.
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